Siempre me ha parecido curiosa esta expresión. A qué nos referimos cuando decimos que una persona “se ha hecho a sí misma” ¿te lo has preguntado? Esa sería una pregunta típica de mi hijo el pequeño, de esas que si me pilla desprevenida a ver por dónde salgo. Cómo es eso de que una persona se puede hacer a sí misma, y ¿entonces no tiene mamá o qué?
Todo este run run viene porque el otro día puse la antena a la conversación de la mesa de al lado en un restaurante, escuché la palabra coach. Era una cena de trabajo o algo así, y uno de ellos contaba que les habían traído un coach a darles una charla a la empresa, un crack el tío, una persona extraordinaria, un hombre “hecho a sí mismo” dijo.
¿Qué es hacerse a sí mismo? Y… muy importante, los que no están hechos así mismos… ¿quién los ha hecho? Qué súper poderes tienen, qué aura mística desprenden que tanta admiración causan y resultan tan inspiradores. Por qué son diferentes a los demás.
Una persona, ¿nace o se hace?
Se me viene a la cabeza el anuncio aquel que decía “las cucarachas nacen, crecen, se reproducen, mueren y desaparecen”.
Hay personas que discurren por ese ciclo vital y ya está. Sin pena ni gloria, sin sentido, sin contribución, sin más.
Hay casos en que las personas nacen y se dejan llevar. Se dejan arrastrar por las circunstancias, por la inercia, por la rueda…por la vida. Son las personas como yo digo, bajo el efecto “A mí que me registren” (que yo no fui).
Agentes pasivos de sus propias vidas. Porque no tienen fuerzas para tomar las riendas, porque ni si quiera se han planteado que lo puedan hacer, o no saben cómo hacerlo.
Creo que esas personas nacen, pero no se hacen.
También hay personas, que nacen y en este caso dejan que sean otros los que tomen la responsabilidad de dirigir sus vidas e influir acerca de lo que les pase, que han delegado en otros su propia existencia, y viven con resentimiento y victimismo, porque para colmo no les gusta el resultado.
Son los que culpan a todo el mundo de lo que les pasa sin darse cuenta de que ellos son el jugador titular del partido de vivir.
Ojo esto no es una crítica. Es complicado salirse de la rueda, es complicado hasta darse cuenta de que se está en una rueda.
En los procesos de coaching te encuentras con muchas personas que viven dejándose hacer. Nos dejamos hacer cuando pensamos que las cosas son así y así tienen que ser y así van a ser siempre. Nos da miedo tomar decisiones, porque nos da más miedo aún pensar en tomar la decisión equivocada.
Requiere menos esfuerzo decir que sí a todo que decir que no, porque si dices que no entonces tienes que buscar tú las alternativas. Poner algo de tu parte. Y eso es muy cansao. Cambiar es cansao, y además lleva tiempo.
Creo que estas personas son las que nacen y se dejan hacer.
Luego hay algunas personas a diferencia de las cucarachas, en algún momento de ese ciclo vital, toman conciencia de sí mismas, de su lugar en el mundo y de algo parecido a una dirección o un sentido de vida. En algún momento de ese ciclo vital descubren su capacidad de decidir y más importante su libertad para elegir. Descubren el espacio de libre elección que hay entre las cosas que nos pasan y la forma en la que reaccionamos.
Espacio de libre elección para elegir quién quieren ser, elegir qué quieren o no quieren hacer, decidir qué pensar o qué sentir. Decidir ser agentes activos y tomar las riendas de su vida. Adquieren un nivel de consciencia sobre sí misas y sobre lo que las rodea.
Creo que esas son las personas que nacen y se hacen.
¿Son estas a las que llamamos “hechas a sí mismas”?
Está claro que nuestro pasado es realmente influyente pero no determinante, por lo que independientemente de las circunstancias de partida, haciendo uso del espacio de libre elección, podemos cambiar las circunstancias de llegada.
Aquí hacen su aparición conceptos clave como la capacidad de levantarse cada vez tropezamos o la vida nos pone la zancadilla, la famosa resiliencia. También la capacidad de aprender de las experiencias y las vivencias. Por tanto, para ser una persona etiquetada como “hecha a sí misma”, no sólo es necesario haber dado un golpe en la mesa y dicho aquello de: ¡a Dios pongo por testigo…! Sino que es necesario extraer un aprendizaje e incorporarlo a nuestra forma de vivir.
En los 7 hábitos de Stephen Covey, se habla de los 4 privilegios del ser humano: La imaginación, la conciencia moral, la voluntad y la autoconciencia. Creo que las personas que hacen uso de estos privilegios se ajustan a la imagen que podemos tener de una persona hecha a sí misma, y que tienen esas actitudes que despiertan tanto interés.
Vivir de forma congruente con tus valores y más importante aún, saber cuáles son esos valores. Elegir y decidir a cada momento quién quieres ser. Ser capaz de aprender de cada uno de los pasos que das. Ser valiente para tomar decisiones y marcarte tus propios objetivos. No depender de la opinión de los demás, porque sinceramente te da igual. ¿Será esto hacerse a sí mismo?
¿Hay que sufrir para hacerse a sí mismo?
“El hombre no puede rehacerse a sí mismo sin sufrir, pues es a la vez el mármol y el escultor” Alexis Carrell.
Parece que tiene que pasarnos siempre algo malo para cambiar, aprender o espabilar. Desde luego que nos gusta eso de movernos para alejarnos de…avanzar pero con la vista hacia atrás para asegurarnos que nos estamos distanciando de eso que no queremos que vuelva a pasar. De esa personas que no queremos volver a ser.
Toda buena historia de desarrollo personal casi siempre empieza con una desgracia. ¿realmente es necesario?
Aquí hay que valorar la puntuación de la desgracia o hecho terrible en el ranking de malas experiencias. Hay gente que tiene un cólico de riñón, le cambia la vida y se vuelve coach. Y hay otra gente que con historias muy duras a sus espaldas podrían ser un ejemplo de superación y no se entera nadie.
Tenemos muy interiorizado eso de que de los errores se aprende, de que la letra con sangre entra, y demás. Puede que detrás de una situación difícil haya un aprecio mayor del valor del proceso de cambio en sí, pero eso no quiere decir que las personas que no han tenido malas experiencias no sean conscientes, y no tengan unas habilidades emocionales extraordinarias ya de serie. Es más, puede que su forma de abordar la vida les haya hecho saltar charcos en los que otros nos hemos metido hasta la rodilla. Se han hecho a sí mismos, lo decidieron mucho antes que los demás, en silencio, sin necesidad de contarlo. Lo han hecho siempre y no lo ven como algo extraordinario.
¿Crecimiento, evolución?
Cuando pienso en ello, de alguna manera me imagino que las personas que se hacen a sí mismas recogen el barro que hay a sus pies, restos de lo que les ha pasado, de lo que han aprendido, y empiezan a cubrirse la piel y a añadirse partes del cuerpo que tal vez se les habían caído. A moldearse, a mejorarse y a cubrir huecos y espacios vacíos. Y como se añaden cada vez más capas y capas de barro crecen y se transforman, evolucionan.
Así me imagino yo a las personas hechas a sí mismas.
Hay una última apreciación que me gustaría compartir. Si tenemos una expresión para asignar a esta clase de personas, ¿quiere esto decir que son algo así como la excepción?
Normalmente cuando algo es diferente, necesita ser etiquetado y catalogado a parte del resto, no es lo habitual, la mayoría, así que resulta llamativo, valioso e interesante. Lo observamos e imitamos esperando tener el mismo resultado que ellos han tenido.
Creo que al final, hubiera sido más fácil responder a la pregunta de mi hijo que todo este bucle de reflexiones que me provocan más y más preguntas.
Gracias Irene G y Raquel G, por ayudarme a reflexionar sobre ello.