Posted on

Trabajo, cuestión de vida o muerte

El otro día, haciendo limpieza de algunos, bastantes mails que me llegan de newsletter a los que me suscribo y luego ni abro, un titular me hizo parar en seco “¿Te jugarías la vida por un empleo?” del blog de Infoempleo.

Así de directa la pregunta. Así de automática la respuesta: ni de coña.

Abrí la news (ahí el copywritting hizo su función, enhorabuena) el artículo en realidad iba de situaciones de catástrofe o peligro por tormentas y demás que aun así cogemos el coche para ir a trabajar o intentarlo.

Me quedé atrapada por la pregunta. ¿Te jugarías la vida por un empleo?

Algunas personas relacionan directamente jugarse la vida en el trabajo con accidentes laborales, pasearse por un andamio sin seguridad, subirse a un tejado sin sujeción…ese tipo de cosas.

Yo no me fui a ese tipo de “jugarse la vida”, me quedé en bucle en otro tipo de imprudencias conscientes e inconscientes que muchas personas cometemos relacionadas con nuestro trabajo, o, mejor dicho, con nuestra forma de vivir (o desvivirnos por) el trabajo.

Os voy a contar cómo nos jugamos la vida muchas más ocasiones de las que creemos, a través de varios escenarios y situaciones evidentes algunas, propias que tal vez compartas o veas a tu alrededor. Y no porque un trabajo implique peligro o sea arriesgado en sí, los peligrosos somos nosotros y nuestras creencias y exigencias sobre nosotros mismos y sobre la imagen que queremos proyectar, sobre lo que creemos del trabajo y de cómo debemos desempeñar nuestro rol profesional.

Lo peligroso es  nuestra forma de vivir el trabajo.

Profesionales agobiados y quemados, corriendo de aquí para allá diciéndonos a nosotros mismos que así nos estamos esforzando, que así estamos mostrando implicación y que así somos buenos profesionales. Sin esfuerzo no hay logros, sin sacrificio no hay éxito. Que valemos más que otro, sí, que somos mejores que el compañero que no contesta mails el fin de semana y nosotros sí, o que no coge el móvil cuando va en el coche y nosotros sí. Nos creemos mejores por trabajar el fin de semana, que el que sale a su hora del trabajo, o nos creemos más comprometidos por no coger vacaciones, que el que programa las suyas en el mes de enero.

¿Te has preguntado por qué ante el mismo trabajo, puesto y obligaciones unos viven y otros morimos?

Escenario 1, absurdo concepto de optimización del tiempo. Esa ansia que nos entra por llegar al final del día con el marcador de tareas por hacer a 0.

En este escenario, ahí estaba mi yo de hace unos años, conduciendo de forma alegre, no por contenta sino por deprisa, haciendo kilómetros, mientras en el asiento de al lado el portátil, encendido, abierto y descargando correos –importantes- con el módem USB, ¿por qué?  ¡Hombre porque no dejes descargar mañana lo que puedas descargar hoy-ahora mismo-ya-aquí! Mejor ahora en mitad de la autopista que no una hora más tarde. Intentado mirar además algún dato de las ventas del día anterior, no fuera que me llamara el responsable de ventas y me preguntara un número, un dato o una cifra y no pudiera contestar rauda y veloz como una profesional despierta y audaz.

Tal vez estés pensando, ¡qué irresponsable!, si yo ahora también lo pienso, pero esa es la cuestión, ahora veo peligro de muerte, por aquel entonces veía optimización del tiempo, eficacia, exigencia.

Me exigía la empresa expresamente que hiciera eso, no. ¿Quién me lo exigía? Yo. Yo y mi creencia que si estoy en un puesto de responsabilidad tengo que saberlo todo y controlarlo todo, ¡hacerlo mejor que nadie y…ah! estar al 100% de mi capacidad siempre, aunque esté conduciendo. Mujer precavida vale por dos, no lo olvidéis, mientras no se vuelva loca intentando preverlo todo. Quién estaba poniendo en peligro mi vida, ¿la empresa o yo?

A esta escena le podéis añadir variables, conduciendo y comiendo un pincho, conduciendo y leyendo, conduciendo y participando en una multiconferencia por el manos libres.

Escenario 2, cuando tu cuerpo habla…escúchale. Cuando un bombero va siempre con el equipo puesto, preparado con la manguera en la mano, alerta, en guardia….se agota.

En este escenario, aquí la protagonista siempre está enferma entre catarros, catarros que pasan a gripes, alergia, alergia que pasa a catarro. Migrañas, migrañas que pasan a vértigo, estómago revuelto, indigestiones, indigestiones que pasan a pruebas más serias. Pérdida del apetito, mareos, claro como con comes, tensión baja, claro como no comes…Y tu madre te dice ven a comer, y tú dices ¿comer? con todo lo que tengo que hacer, en lo que como un pincho y un café mando 4 mails-importantes-ahora-ya-aquí.

Uff es que siempre me pasa algo… cómo no voy a estar agotada, si es que no me da tiempo a recuperar…

¿Me exigía la empresa que hiciera eso? No me lo exigía yo, yo y mi creencia que mi capacidad de trabajo es infinita, y que mi valor y aportación profesional lo marcaban la capacidad de sobrevivir a base de pinchos vegetales o de lomo con pimientos. Mi creencia que lo que me define y me valida como buena en mi trabajo es mi capacidad de renunciar al tiempo de comer, para mandar mails de vida o muerte, y quien dice renunciar al tiempo de comer, dice a estar con tus hijos, o simplemente sentarte a ver la tele sin mandar mails mientras.

Escenario 3, cuando el bombero está tan cansado de llevar siempre el equipo y de estar alerta, pierde la capacidad de distinguir entre una cerilla y un edificio en llamas, porque todo es fuego y toda quema.

Este escenario, es en el que el agotamiento físico y mental empieza a traducirse en procesos neurológicos palpables para un profesional de la psicología. En este escenario es cuando se produce una incongruencia devastadora para el súper profesional que todo lo puede, y es que de repente cuanto más se esfuerza, más se implica, más correos manda y menos tiempo pierde en comer peores resultados tiene, es el rendimiento sin rendimiento del que se habla en el libro La sociedad del Cansancio del Byung-Chul Han.

Te han dicho que, si te esfuerzas, si te esfuerzas mucho mucho y das lo mejor de ti, las cosas salen y tendrás tu recompensa, pero debe ser que no te estás esforzando lo suficiente porque lejos de salir las cosas no van bien. Así que piensas que la culpa es tuya, que no eres lo suficientemente bueno o buena en tu trabajo, y das una vuelta de tuerca más a tu esfuerzo.

En este escenario, de repente cada decisión, cada responsabilidad se hace un mundo, se pierde la capacidad de gestión eficiente (es algo de los impulsos, neuronas y transmisores o algo así) te vuelves lento, te dispersas, y te mueres de miedo al pensar que has perdido tu súper poder de súper eficiencia súper profesional. Y buscas en tu maletín de documentos, en tu funda de portátil, en tu agenda y en el troley que arrastras con cosas-importantes del trabajo- por si te ha metido criptonita alguien de la competencia que no quiere que llegues a objetivos.

La criptonita no aparece por ninguna parte pero tú sigues teniendo ataques de ansiedad, no duermes y tienes ganas de llorar continuamente, y vas al súper y la cajera te dice, hola qué tal y se te llenan los ojos de lágrimas.

Así que tenemos a un bombero-bombera, siempre con el equipo listo, agotado física y mentalmente, en alerta total y que ha perdido capacidad de distinguir un incendio verdadero, así que ve fuego por todas partes, y si no hay fuego…lo prende.

No por nada, sino porque si no está apagando fuegos ya no sabe qué hacer. Y como tiene unas creencias tan arraigadas de lo que debe ser un buen profesional, se avergüenza de sí mismo y de no poder con… “si sólo es un trabajo” y siente que ha fallado. Pero fallado…a quién.

A sí mismo.

¿Puede haber mayor estupidez que competir contra uno mismo? como si no hubiera ya competencia suficiente en el mercado laboral.

Ser bombero ya no es sólo su profesión sino todo su ser. Y ha fallado. Te has fallado.

Recientemente he encontrado una pieza más de este puzle. El síndrome del burnout, pero llevado al extremo, Karoshi o la muerte por exceso de trabajo, por lo visto una realidad preocupante en la sociedad japonesa. Es un concepto que me sugiere esa imagen del samurái fiel y leal a su señor, que da la vida por él sin cuestionarlo. Ese sentido de compromiso, del deber, un pacto de sangre que parece que hacemos en ocasiones con nuestro trabajo, ese sentido de la responsabilidad absoluta e irracional con nuestro rol profesional es lo que en mi opinión nos lleva a tener estos comportamientos autodestructivos, como los de los escenarios que os planteo, por ejemplo.

La carga de trabajo excesiva puede minimizarse con técnicas de gestión del tiempo, organización de tareas, delegando trabajo o haciendo horas. Pero ese sentido del deber irracional que mostramos con nuestro yo profesional, eso viene de muy adentro y no se soluciona ni con todas las horas extra del mundo. Es una sed que no se calma.

Me pregunto cómo de distintos hubieran sido aquellos años, aquel trabajo y mis resultados de haber tenido los conocimientos que ahora tengo, y las capacidades que ahora utilizo en mi vida, en mi trabajo.

Sí que sigo, en momentos de emergencia, cuando hay un incendio tipo coloso en llamas, rascando tiempo de las comidas, de dormir, de otras cosas, ahora sé distinguir un fuego de un poco de humo.

Si te defines sólo por tu trabajo…más allá no hay nada. Estás muerto.

Te vuelvo a preguntar:

¿Te jugarías la vida por un empleo?